¿Qué es y cómo evitarlo?
Hoy le invitamos a recrear la siguiente imagen:
Una persona está en el trabajo y debe entregar un importante informe. Para esta labor, cuenta con un plazo de 15 días. A pesar de la importancia de dicha labor, el tiempo es suficiente y aunque tiene un margen amplio para empezar a desarrollar la tarea, esta persona a quien llamaremos “María” decide posponerlo un par de veces. Así pasan 2, 4, 10 días y en menos de lo pensado quedan menos de 48 horas para la entrega, y ahora la sensación de ansiedad y el estrés impiden un desarrollo óptimo de la tarea.
Si la escena anterior le parece familiar, ya sea porque algunas de sus actitudes se ven reflejadas en las de “María” o si conoce a alguien que permanentemente está aplazando y posponiendo algunas tareas, sobre todo las que no son tan satisfactorias o implican un esfuerzo mayor, estamos frente a un caso de procrastinación.
“La procrastinación es como usar una tarjeta de crédito, mucha diversión hasta que llega el recibo de pago”. Christopher Parker Y es que, dada la vertiginosidad de los tiempos modernos, las distracciones están por
doquier y muchas veces culminar las tareas emprendidas es una labor de titanes. Sin embargo, de la misma manera, las exigencias profesionales y académicas en la actualidad requieren mayor productividad y eficiencia en los procesos, así que nos encontramos frente a un verdadero reto. Tenemos muchos distractores, muchas responsabilidades y poco tiempo.
La palabra procrastinar viene del latín procrastinare y significa aplazar, y generalmente después del placer que nos da dejar para después una tarea, viene el sentimiento de culpa, la ansiedad y la prisa por terminar lo inconcluso; y es allí cuando una nueva tarea reclama prioridad, lo que se convierte en un círculo vicioso que afecta sin lugar a dudas nuestro bienestar y productividad.
¿Qué hacer?
Nuestros especialistas recomiendan las siguientes pautas para poder cumplir con las responsabilidades, tareas y plazos propuestas, dejando de un lado el mal hábito de aplazar:
- Establecer una lista de tareas pendientes: empezar por las prioritarias y más complejas y acompañarlas de fechas de cumplimiento. Esto puede ser parte de la agenda diaria y poco a poco se irá convirtiendo en rutina, lo que facilitará su ejecución.
- Dar un primer paso: en caso de que se tenga rechazo por una tarea en particular, se debe empezar por periodos cortos de tiempo, 10 minutos cada 2 horas, por ejemplo, en menos de lo pensado en una jornada ya habrá trabajado 1 hora en ese proyecto.
- Control del tiempo: establecer tiempos que se dedican a determinadas tareas permitirá generar disciplina, lo que sin duda se transformará en motivador para el cumplimiento de las tareas.
- Aprender a decir no: en ocasiones, muchas de las tareas aplazadas corresponden a una saturación en la agenda de la persona, por su incapacidad a negarse al encargo de nuevas tareas, o asistencia a eventos innecesarios o a los cuales la persona muchas veces ni siquiera desea asistir o aceptar. Por tal razón, es importante aprender a decir no y darse los tiempos y espacios necesarios y suficientes para enfrentar las responsabilidades ya adquiridas.
- Evitar las distracciones: Es muy importante eliminar de nuestra jornada las distracciones y promover los momentos de concentración, atención y esfuerzo a las tareas adquiridas, las aplicaciones tecnológicas, las redes sociales e incluso los momentos en la cafetería de la empresa se pueden convertir en ladrones del tiempo y la energía.
Con la aplicación de estas sencillas pautas sin lugar a dudas los procesos de atención, concentración y cumplimiento de metas se verán positivamente afectadas, lo que se traducirá en la eliminación paulatina de la procrastinación y por lo tanto en un aumento en la productividad, el bienestar y el desempeño de nuestros lectores.